Era un día de febrero y aquella noche había una luna llena. Legue a casa de Alicia y como de costumbre su casa estaba llena de personas, familiares suyos jugaban al bingo.
Alicia me insistió, siéntate aquí, toma este cartón, Juega!
Entonces me dio un cartón lleno de números y un puñado de monedas de un céntimo para ponerlas encima de los números que habían sido nombrados. Comenzó la ronda saliendo dos números que yo tenía en mi cartón y cuál fue mi sorpresa que iba rellenando poco a poco todos los números que yo tenía. La verdad que nunca me había gustado jugar al bingo, pero ese día se puede decir que fue mágico, ya que al poco rato me quede sin monedas con las que tapar los números y justo me quedaban dos números para terminar de completar el cartón. Entonces los dijeron seguidos y yo grite ¡Bingo!
La tía de Alicia una mujer gorda de voz grave decía varias veces nerviosa
“Me quedaba por poner el número 44” mientras su prima Blanqui comprobaba mi cartón para corroborar que era cierto ese Bingo, y decía “si, si es cierto tiene un Bingo”. Todos se quedaron estupefactos mirándome en silencio a mí y al dinero que había encima de la mesa. Un golpe de suerte, la magia de la vida volvía a sonreírme.
La verdad fue, que los dejé quedarse ese dinero y aunque era completamente licito reclamarlo y llevármelo, no se trataba ni si quiera de dinero, ni de orgullo, ni de nada parecido.
La vida enseña así su magia y su forma de entramar. El regalo esta en cuando nos permite mirar su forma de actuar.